Me he decidido a actualizar mi blog en un
momento de inspiración. Y con un empujoncito de mi tía Lía. He notado que si no
escribo o no tomo fotos, no recuerdo.
Aunado a eso, me he hecho enemiga de las redes sociales que tanto amaba;
cerraría Facebook si no significara renunciar a todos los eventos sociales ahí
anunciados, o sea, TODOS. Facebook está saturado de fotos de ultrasonidos,
bebés, gatos, spoilers de Game of Thrones & attention whores. Así que para evitarle a mis amigos de Facebook tener que leer acerca
de mis actividades sin que les importe mucho, platicaré de mis novedades por
este medio y así podrán leerlo a quienes les interese. Sirve de medio de expresión y de información.
Probablemente la mayoría de las cosas que ponga aquí sólo le interesen a mi
madre, pero todos están bienvenidos a leer.
Bueno, el comienzo de este capítulo de mi
vida inició con el 2014. Pasé Año Nuevo en San Carlos con mi familia, y debo
decir que ha sido mi Año Nuevo favorito. Para empezar, la pasé en San Carlos y
con mi familia. Además, tenía un trabajo estable, envidiable, de hecho. Ganaba
bien y con prestaciones increíbles para alguien que estudió periodismo y que
todo el mundo (mi familia, más bien) pensó que moriría de hambre. Es más,
recuerdo cuando antes de graduarme, mientras trabajaba en la revista de
negocios más importante de México, le dije a mi papá:
Priscilla Idealista: Papá, no te
preocupes. Todavía ni me gradúo y ya tengo muy buena experiencia laboral.
Encontraré un muy buen trabajo cuando me gradué.
Papá Realista: No cantes victoria todavía.
Cuero.
Aunque no parezca mi papá cree en mis
capacidades. A fin de cuentas me dejo elegir la carrera que yo quise. Claro que
hizo evidente su opinión acerca de cómo “no es una carrera de verdad”, pero
pagó todas las colegiaturas a tiempo, y eso es más apoyo del que cualquiera
pueda pedir. Si necesito más apoyo emocional puedo leer a Paulo Coelho.
Ahora, a un año de graduada, sé que
definitivamente jamás practicaré el periodismo, pero puedo afirmar que
definitivamente es una carrera de verdad. Sin gente como Aristegui, por
ejemplo, Cuauhtémoc todavía disfrutaría de sus masajes con final feliz pagados
por los contribuyentes.
Pero bueno, el caso es que me gradué,
encontré un trabajo que pagaba bien (en plena época de desempleo y con un
título de Licenciada en Periodismo y Medios de Información) y luego dije “soy
muy infeliz” y renuncie. Era editora a nivel Latinoamérica de una de las 3
calificadoras financieras más importantes del mundo, y renuncié. Nunca había
renunciado a nada en mi vida. Bueno, nada importante. Obvio dejaba el pastel si
ya me había llenado, y aún así me sentía mal por los famosos niños del
continente africano. Una vez reprobé un primer parcial con 32 y me rehusé a
darla de baja (lo cual hubiera sido lo más inteligente), pero por necia no
renuncié.
¿Qué ocasión elegí para renunciar? Recién
graduada, con un trabajo excelente, buenos compañeros de trabajo (excepto sólo
una persona, bueno, media persona, too far? Lo digo porque no tiene corazón y
eso rebaja su calidad humana), excelentes prestaciones y plena crisis laboral.
Para mi defensa, cuando me decidí estaba
de vacaciones, bajo la protección y calor de mis padres y el sol de mi estado
natal. Todo parecía tan claro.
Pocas semanas antes operaron a uno de mis
mejores amigos de una operación riesgosa. El no toma, no fuma y vive sanamente
como comercial de gobierno en contra de la obesidad. Obvio se recuperó y todo
salió bien porque es de las personas más cool del planeta y puede hacerlo todo.
Sin embargo, como si acabase de ver un capitulo
de Grey’s Anatomy, medité acerca de la fragilidad de la vida humana y pensé
“¿Qué tal si me pasa algo? ¿Esto es lo último que quisiera estar haciendo los
últimos días de mi vida? Ganó bien, pero si ese hubiera sido mi objetivo
hubiera estudiado ingeniería. Yo quería
cambiar al mundo y aquí estoy trabajando en la sala de espera de un hospital,
trabajando el 24 de diciembre, el 25 de diciembre y una ocasión hasta las 4 de
la mañana.”
Debo admitir, que el horario no era el
problema. Yo estaría dispuesta a trabajar 12 horas diarias, fines de semana y
feriados, si trabajara en algo que contribuyera al desarrollo social de México.
Estaba entrando en una zona de comodidad, y si no me iba en ese momento, sería
más difícil después.
Esas ideas de idealismo y el empujoncito
(chiquito como la persona que me lo dio) me convencieron y renuncié. Fue
difícil porque estaba muy feliz y hasta consideré cambiar toda mi orientación
profesional. Pero bueno, quiero cambiar
el mundo. Igual en unos años que me vuelva una cerda capitalista, leo este blog
mientras me limpio el caviar de mi boca con billetes de 100 dlls. y me rio de
lo ilusa que era.
Pero bueno, renuncié. Como me pagaron
mucho me fui a Nicaragua a celebrar mi libertad. Pedí trabajo en un hostal pero
no había vacantes, así que regresé a México a mi vida de NINI pero NO mantenida
(pueden preguntarle a mis padres, he sobrevivido estos meses [casi en su
totalidad] por mi cuenta). Pero bueno.
Renunciar me dio la oportunidad de irme a
otro país (en Nicaragua hice Volcano Boarding, desde un volcán activo); de
conocer Oaxaca, aunque estoy decepcionada de que nadie me intentó vender
shampoo de peyote o marihuana; de estar el día de las madres con mi mamá; de
ver series y películas todo el día sabiendo que todavía tenía ahorros para
estar así unos meses; de conocer Veracruz (Coatepec está suuuper cool!); de
poder visitar a mi mejor amiga en Guadalajara; y lo mejor de todo: a
aventurarme y a obligarme a seguir lo que he querido desde hace unos años, irme
a Australia.
De hecho, esta entrada se trataba
originalmente de explicar cómo es que me iré a Australia, pero creo que
profundicé mucho en la introducción. Así que esperen la próxima.